Entre la agonía y la incertidumbre siempre nace la calma y el pensamiento.
En nuestra perspectiva, el 19-s ha marcado una violenta y triste pauta en la vida de muchos; sentir lo minúsculos que somos frente a la transformación; no sólo derrumba lo físico, sino derrumba nuestros sueños, nuestras vidas y nuestros pensamientos. Pero también nos vuelve capaces de levantar el puño en desafío al ruido y así encerrar el silencio para escuchar lo diminuto de una voz que se puede perder en la magnitud de lo que la rodea.

La oportunidad de entendernos como un material silencioso y ruidoso; pétreo y frágil; violento y sereno -en transformación como la naturaleza misma, nos hace aceptar lo que somos y de lo que hemos sido siempre parte. Es creer en sus procesos y en su composición como eje rector de la vida de quienes respiran y los que sólo se transforman, de todos y de todo. Por eso, prestar atención de lo que se componen las cosas que soñamos, pensamos, construimos y habitamos, nos hace entendernos a nosotros mismos, es lidiar con nuestra propia razón de lo que para la naturaleza es normal y necesario.
Construir en tierra es dar vuelta a la memoria de lo que siempre hemos sido, de percibirnos como una acumulación de materiales que de manera violenta han dado vida y belleza. Permitir divertirnos con la materialidad de todo lo que compone nuestro mundo para no enfrentarlo, sino vivirlo y disfrutarlo.
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